Popurrí de brujas
- Chillonas Mx
- 31 oct 2018
- 4 Min. de lectura
Actualizado: 12 mar 2019
Por: Jimena Maralda
Ilustración de Skullflower
La semana pasada se estrenó El mundo oculto de Sabrina, retomando el personaje de los cómics de Archie, que, como sabemos, trata de una joven mitad bruja, mitad mortal. Si algo me atrapó de la serie, es todo cuanto Sabrina cuestiona respecto a su libertad, al poder, a sus relaciones y a la posición que ocupa dentro de su contexto, hacen un guiño nada sutil a las demandas que por siglos han hecho las mujeres para sí mismas y para las demás. No es casualidad que aun estando rodeada de otras mujeres igual de poderosas que ella, la bruja esté subordinada a una figura masculina. Como buen sistema patriarcal, el mundo de aquellas brujas está regido por un hombre cabrón (por lo de cabra, pues) que dispone de las voluntades y cuerpos de cada aquelarre; como bien manifiesta una de ellas, al señor oscuro no le convendría lo contrario.
Esto me puso a pensar en diversas narrativas acerca de las brujas. Una de las historias que más me gustaban cuando era niña, era la de una mujer muy hermosa que por las noches se quitaba las piernas, los brazos y los ojos, los guardaba bajo su cama para luego ir a comer bebés y niños. Con ciertas variaciones, en varios lugares de México se conserva aún esta creencia o la de la llamada “chupada de bruja”. En la literatura, una de las brujas comeniños más famosa es la de Hansel y Gretel, incluso tiene una casa hecha de dulce como señuelo para sus víctimas. También es común la figura de las brujas que acosan a los niños que se portan mal, como las de la canción de Cri-cri. Al respecto, la aportación de Roald Dahl es aun más precisa: que las brujas de verdad lucen como cualquier persona y hasta tienen trabajos comunes y corrientes, que odian a los niños y que siempre están pensando a qué niño pueden eliminar y cómo, y lo más importante, que siempre son mujeres.
Muchas mujeres en la historia fueron consideradas brujas por talentosas, por inteligentes, por astutas. Mujeres que levantaron sospechas por sus conocimientos en diversos temas, por la habilidad con la que resuelven situaciones difíciles. Un ejemplo de ello está en la leyenda de “La mulata de Córdoba”, en la cual una hermosa mujer famosa por ser abogada de casos imposibles escapa de su sentencia inquisitorial dibujando un barco en la pared de su calabozo.
Hay madrastras que buscan a toda costa evitar la felicidad de sus hijastras o hasta quieren matarlas, como a Blancanieves, para que no haya nadie con más poder o belleza que ellas. En este sentido, los cuentos populares presentan el tipo de la mujer orgullosa, vanidosa, que generalmente pertenece a cierta posición social desde donde puede hacer el mal sin demasiadas consecuencias.
En los textos clásicos aparecen personajes como Circe, quien convertía a sus enemigos en animales, o Medea, sobrina de aquélla, que también practican la brujería. Estas dos, por ejemplo, fueron retomadas en el siglo XIX por los decadentistas como personificaciones de la femme fatale, antítesis de la mujer frágil que podía salvar al hombre con su virtud.
Otras brujas fascinantes de la literatura son Lady Macbeth (Macbeth, Shakespeare), quien se declara capaz de renunciar a su sexualidad femenina o incluso matar a un bebé a cambio de obtener lo que desea, e incluso pone en jaque la “hombría” de su marido para convencerlo de asesinar al rey; o Celestina, conocedora de conjuros, invocaciones, fórmulas mágicas y remedios para diversos asuntos femeninos que, además, es alcahueta.
De una forma u otra, las brujas han encarnado las características opuestas al ideal de feminidad: son infanticidas (¿odian a los niños realmente o se trata sólo de mujeres que no desean ser madres ni relacionarse con ellos de modo alguno?), conocedoras del mundo y de la naturaleza de sus propios cuerpos, vengativas, arrogantes y vanidosas. Tradicionalmente, en las brujas se sustenta también la eterna competencia entre mujeres que se nos ha impuesto desde hace siglos.
Se sabe que a lo largo de la historia ha habido varias cacerías de brujas. La brillante Silvia Federici ha desarrollado cómo ello se relaciona estrechamente con los inicios del capitalismo. La imagen de la bruja se configuró para dar lugar un prototipo de lo femenino que se subordinara a los hombres, para lo cual la división sexual del trabajo fue, ha sido y es, fundamental. De modo que toda mujer que trataba de resistirse a las imposiciones de la Iglesia y el Estado era susceptible de ser acusada y, finalmente, condenada y ejecutada.

No resulta raro, entonces, que casi todas las brujas famosas, como las que he mencionado, hayan sido narradas y (d)escritas por hombres. Si ser bruja implica cuestionar, aprender, conocer, ser autónomas y libres, entonces que así sea. La caza de brujas jamás podrá tratarse de los hombres porque son ellos quienes han colocado el estigma sobre ellas, sobre nosotras. Y en ese caso, hoy más que nunca, todas somos potencialmente brujas.
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