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  • Foto del escritorChillonas Mx

"Llegué bien"

Actualizado: 12 mar 2019

Ilustración de Skullflower

El sábado salí con mi mamá. Volvimos tarde. Pedimos un coche desde una aplicación para ir al metro. En el semáforo en rojo de una avenida, el conductor se quitó el cinturón de seguridad. No, no pasó nada malo, sólo tenía calor y lo hizo para quitarse la chamarra. Sin embargo, a mí me dio taquicardia por esa simple acción, con la cual recordé simultáneamente que los seguros del auto eran automáticos. Llegamos al metro, y media hora más tarde, a nuestro hogar.


Al día siguiente, vi un video que anda circulando en redes sociales, ése de Zuleika Esnal, actriz argentina, donde conmina a las mujeres a que dejemos de decir que llegamos bien a casa cuando lo que realmente estamos haciendo es avisar que seguimos vivas. Que logramos volver vivas a nuestros domicilios. Y entonces pensé en las veces que yo misma he llamado para avisar que ya estoy en mi casa, todas las ocasiones en que mandé mensajes diciendo “llegué bien”. Comprendí que he mentido cada vez.


Digo que llegué bien, que ya estoy en casa, pero no digo cuántas veces me cambié de acera para evitar a un hombre por miedo, por simple precaución… No hablo del dinero que he gastado en taxis porque ya era demasiado tarde, o porque estaba demasiado lejos para caminar o para tomar un camión u otro transporte. No digo que detesto pensar que necesito un artículo de autodefensa, gas pimientas o cualquier cosa por el estilo. Mucho menos hablo del miedo con el que viajo en el asiento trasero cada vez que me subo a los taxis, de cómo no puedo sacarme de la cabeza todas las historias que leo en internet de mujeres que abordaron autos y… No hablo de eso. No puedo. Lo bloqueo.

Conté hace un año, eso sí, cuando un hombre me siguió y murmuraba cosas mientras cruzaba la calle a unos pasos del lugar donde vive mi familia. Y llegué a casa, logré hacerlo gracias a que S acababa de prestarme su bicicleta para que no caminara hasta allá. Iba cruzando a pie sólo ese tramo cuando lo escuché detrás mío y sentí cómo se me acercaba. Me subí y pedaleé tan rápido como pude, con las piernas temblándome, con miedo a que se me resbalara el pie del pedal por los nervios, a no alejarme lo suficientemente aprisa de ese maldito.


Aviso que estoy a salvo en casa, como cuando no dije que olvidé mis llaves y me refugié de la lluvia en la tienda que estaba justo en frente; dos tipos se me acercaron, me ofrecieron cerveza y se rieron sonoramente del miedo con el que les respondí que no, sin saber a dónde irme.


¿Cómo seguir diciendo que llegué bien cuando a lo largo de mis trayectos me da taquicardia, me duele el estómago por el estrés, cuando he llegado directamente al baño a vomitar a causa de tanta ansiedad acumulada? ¿Cómo decir que llegué sin problemas, sana y salva? Es cierto, cuando le mando mensaje a las personas con las que estuve, a mi mamá cuando salgo de casa, a mi pareja, para decirles que arribé a mi destino sólo me estoy asegurando de que sepan que no soy una más, que no apareceré en el titular de una noticia, que sigo viva. Ahora lo sé (y esta certeza me aterra y me duele): cada vez que le aviso a alguien que llegué bien a casa, estoy intentando convencerme a mí misma de que es cierto.

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