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Del miedo a la autonomía

Actualizado: 12 mar 2019

Ilustración de Skullflower


Últimamente en mis lecturas han aparecido, casi por casualidad, historias de mujeres que de pronto se enfrentan a la necesidad o las ganas de vivir solas. En este momento de mi vida, encontrar eso en los libros parece un llamado.


Nunca he vivido sola, a veces tengo miedo incluso pensarlo. Como Susana, la protagonista de Pánico o peligro de María Luisa Puga, el movimiento, el trabajo, las mudanzas parecen postergables en mi vida hasta que no pueda evitarlas más. Detrás de esa parcial zona de confort existe el temor de que me pase algo, de no poder hacer las cosas que me gustan pero, sobre todo, de no cumplir con las exigencias de este sistema. En otras palabras, me aterra lidiar con mi propia capacidad de actuar y la posibilidad de fallar.


Susana va configurando la realidad periféricamente, ya a través de su ventana o a partir de las conversaciones de la gente alrededor de ella, y así va entendiendo un México convulso y violento (como sigue siendo) donde mucha gente sale cada a día enfrentar una batalla. A diferencia de ella, yo soy consciente de varios de los agentes a los cuales me enfrento y es por eso que pienso “paren la adultez, me quiero bajar”.


En enero llegó a mis manos un libro cuyas primera oración era “A sus 40 años, la doctora Weiss comprendió que la literatura le había destrozado la vida”. Esto me recordó, irónicamente, que las tramas de los libros no están a mi alcance y que el mundo real está cargado de frustraciones, imposibilidades, relaciones vanas y constantes deseos de ser siempre otrxs o hacer otras cosas.


La obra en cuestión, Un debut en la vida de Anita Brookner, me exigió desde sus páginas un cambio: mi propio debut; porque la parálisis causada por el miedo no puede durar por siempre y, como diría una amiga muy querida, a veces una tiene que poner las cosas en movimiento para que sucedan. A pesar de todo y a pesar del este mundo sé que debo salir y trabajar, crear, compartir, amar, porque sólo haciendo puedo generar un cambio en mí y en los otros. Entonces debo, en algún punto, aventurarme a andar mi propio camino.

No puedo quejarme mucho, lo sé, no tengo derecho. Mi estancamiento nace del no saber qué hacer y la desidia para terminar mi tesis. Soy consciente de la fortuna que ello implica: muchas personas no pueden empezar sus cosas porque la prioridad está en cubrir sus necesidades, porque deben pagar rentas, cuidar a su familia. Sin embargo a veces lamento no tener un resorte que me obligue a moverme. Me aterra esa pasividad que es una forma de muerte.


Así, en mi lectura más reciente, Eleanor Vance, en La maldición de Hill House de Shirley Jackson, me alertó contra el peligro de los círculos viciosos y la incapacidad de salir de ellos aun cuando unx piensa que está saliendo de su zona de confort. Por eso, entiendo y me repito, ser autónoma no implica descartar la importancia de tejer redes a mi paso, hacerme de una manada a la cual pueda acudir. Recuerdo, pues, que independizarse no significa estar sola, pues si la vida no se genera con lxs otrxs es sólo otra forma de entumecimiento .

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