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Se dice feminista, no feminazi

Actualizado: 12 mar 2019

Ilustración de Skullflower


La primera vez que me dijeron “feminazi” ni siquiera me consideraba feminista. De hecho, no sabía casi nada del movimiento y lo que creía conocer había llegado a mí a través de comentarios llenos de prejuicios. “Lo personal es político” no tenía significado alguno para mí. Por tal motivo, me sorprendió que me dijeran así porque yo misma usaba ese término creyendo que sí servía para etiquetar a alguien, a otras, quiero decir, pero definitivamente no a mí.


Fue en 2014. Era amiga de Z con quien la relación había surgido a raíz de que me platicara su vida amorosa, la cual involucraba a G, otra conocida mía a quien le fui agarrando tirria a por lo que él me platicaba.


Un día, G me escribió preguntándome si Z hablaba de ella o de cosas sobre su relación y demás. Externó su preocupación por que las personas supieran cuestiones íntimas o conocieran una versión unilateral de la historia y la juzgaran con base en eso, ya que sentía que varias personas cercanas a él la trataban raro (creo que, incluso, yo era una de ellas). A pesar de todo, no trataba de culparlo o victimizarse, sólo quería saber. Saber qué sabían los demás, saber si había hecho algo mal.


Eso cambió todo. Aunque desconcertada, decidí responder con cuidado. Afirmé saber algunas cosas pero aseguré no conocer demasiados detalles, aunque no era cierto, porque no quería meterme en problemas. Me sentí mal, culpable. ¿Acaso no había estado yo en una situación similar? ¿Por qué pensábamos nosotras que quizá sí habíamos provocado ese tipo de situaciones?


No era feminista ni sabía de sororidad, pero algo me hizo tomar una decisión: ponerme de su lado. Porque yo sabía cosas privadas que G no había elegido contarme y con base en esa información, adquirida de modo ilícito, me había creado una idea distorsionada de ella. Y no era justo. Después de esa conversación, le dije a Z que no quería saber más al respecto porque, de hecho, antes de que él empezara a contarme sus asuntos, G me caía bien.


Luego todo explotó. El detonante fue, creo, un comentario que hice acerca de “machos disfrazados de caballeros” en una publicación que Z compartió donde, según él, se mofaba de su propia situación pero en realidad reproducía la idea del buen hombre al quien las mujeres rechazan, porque preferimos elegir lo peor. Cuando me reclamó por ello, expuse, sin el menor reparo, cuán machista me parecía la actitud que estaba teniendo y los posts que le había dado por compartir donde se daba a entender que las mujeres somos unas locas, hormonales, volubles e interesadas, y que si para él eso era un broma, yo ya había entendido que no lo era.


Una de las últimas cosas que me escribió me enfrentó con lo que entonces aparecía como una incongruencia: ¿cómo podía reprocharle su comportamiento como una ofensa a mi género si yo usaba “feminazi”? Sé que él sólo lo dijo por joderme, por “regresármela” y no porque le interesara especialmente defender la causa feminista y me condenara por usar ese insulto. No volvimos a hablar.


Cuando sucedió, yo creía el mito urbano de que las “feminazis” existían y eran las feministas radicalizadas (lo que quiera que eso signifique). Sentía que estaba más allá del feminismo, que me era totalmente ajeno. Sin embargo, decidí apoyar a G, conocer su lado de la historia, empatizar con ella y señalarle a Z que los discursos que estaba reproduciendo eran violentos. Por supuesto, ambas pagamos el precio de lo ocurrido. Si en un primer momento Z dijo un montonal de cosas sobre G, muy pronto me volví también parte de la discusión. Veredicto: YO ERA UNA FEMINAZI. Esto lo siguió contando incluso dos años después, según supe.


No obstante, fue hasta 2017 que me di cuenta de mis prejuicios, de las implicaciones de usar esa palabra y lo que había detrás del asunto. Ahora soy una detractora del término tanto como del “igualismo” que proclamaba en aquellos días. He ido entiendo con mayor claridad la importancia y el peso de las palabras que elegimos para nombrar el mundo. Esas mujeres a quienes creí que correspondía la nefasta etiqueta eran (son) en realidad el lugar seguro, la red protectora, y no el enemigo como yo pensaba. Sólo que entonces no lo sabía.

Me pone un poco triste recordarme así, pero me alegra al menos haber intuido algo que me hizo reaccionar y tomar partido. G es, hasta la fecha, una de mis mejores amigas y estoy muy agradecida por los momentos compartidos, las reflexiones, las risas. Si cambiara una sola cosa: no titubearía como aquella vez sino que le contaría todo.

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