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Consentimiento sexual y autodefensa en la calle

Actualizado: 13 mar 2019

Ilustración de Sara Chabela

A las mujeres nos están secuestrando. Nos están violando. Nos están matando. Tan solo en enero sucedieron 133 feminicidios; y los últimos meses se escucha cada vez más sobre los secuestros y el acoso en el transporte público.

Estamos hartas de vivir con miedo y cualquier idea parecida a un toque de queda ya no forma parte de la conversación. Hace años que dejamos de quedarnos con los brazos cruzados y nos organizamos para defendernos. Desde tener redes de mujeres en grupos de whatsapp o facebook, marchas, entrenamiento de autodefensa feminista, hasta traer siempre con nosotras gas pimienta, teaser o navajas. Ninguna persona leída como mujer en este país se puede dar el lujo de no vivir en estado de alerta. Por lo mismo, cada recurso y herramienta que podamos adquirir, importa.

La herramienta que quiero reflexionar en este texto nace de un aprendizaje al trabajar el tema del consentimiento sexual y la prevención del abuso sexual.

Generalmente los talleres sobre consentimiento sexual van enfocados al cuidado de lx otrx. Es decir, ¿qué hay que revisar para reconocer un consentimiento real, pleno y entusiasta?El trabajo sobre este tema suele ir por ese camino porque se basa, principalmente, en prevenir la violencia sexual hacia otras personas. Pero también hay una parte esencial del consentimiento que conviene recordar y ejercitar para el contexto violento en el que vivimos, no nada más en la cama, sino también en la calle.

Por lo que una herramienta imprescindible para cuidar el consentimiento, no de la otras personas, sino el propio, es el de poner atención a lo que nos dice nuestro cuerpo. Esa sensación incómoda cuando el tío llegaba a darnos un abrazo o cuando el profesor de geografía ponía su mano en nuestro hombro es algo que hemos aprendido a callar. A todxs nos educan así, pero especialmente a las mujeres nos enseñan a ignorar lo que nuestro cuerpo nos dice, a ser amables, a sonreír y a complacer al otro.

Esto me recuerda una escena en específico de la película La Habitación (2015). Joy es secuestrada por un hombre que finge necesitar ayuda con su perro. A los dos años de estar secuestrada, tiene un hijo. Tras 7 años de estar encerradxs en el mismo cuarto, ella y su hijo logran escapar. A Joy le cuesta adaptarse a su nueva vida fuera del cuarto. Además su madre se divorció y rehizo su vida.


La escena que menciono inicia con una conversación entre Joy y su madre sobre el bienestar del niño. La discusión escala a pelea cuando su madre le dice: “Es imposible hablar contigo en este momento”. – Es imposible hablar contigo en este momento. – Lo lamento. – ¡No lo lamentas! – ¡No, no lo lamento! No tienes idea de lo que pasa en mi cabeza. (…) Tu vida no se arruinó. No me necesitas. – No piensas eso de verdad. – Sí, sí lo pienso. – ¿Qué?¿Cómo te sentirías se te quitaran a Jack? – ¡Cállate! – ¡Míralo! Deberías de estar pensando en él. – No me digas cómo cuidar a mi hijo. Lamento ya no ser amable, pero ¿sabes qué? ¡Quizá si no hubiera tenido tu voz en mi cabeza diciéndome “Sé amable”, QUIZÁ NO LE HUBIERA AYUDADO AL TIPO CON EL MALDITO PERRO ENFERMO!

Por supuesto que lo importante de esta escena no es que la mamá tuvo la culpa de que su hija fue secuestrada por educarla desde su visión sexista de cómo debe ser una niña. Lo importante es la gran realidad que existe en el enunciado de Joy.

Ya no lamentamos no ser amables. Es tiempo de reconocer las voces en nuestra cabeza que dicen “Estoy exagerando”, “Voy a hacer el ridículo si corro”, “Sé amable” y de ignorarlas para poner atención a nuestro cuerpo y a nuestras entrañas cada vez más. Y entonces sí, si es necesario, alcanzar a correr, electrocutar, gritar, arañar o morder.

La responsabilidad de procurar la seguridad de las mujeres en México, no solo es nuestra, es de toda la sociedad. Pero mientras las autoridades, los medios, los hombres y todos los demás se hagan cargo de su parte, aprovechemos cada recurso que tenemos, fuera y dentro de nosotras.

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